19 ene 2014

Almas rotas.. Sonrisas reparadoras...

Érase una vez, y solo una, allá en uno de los tantos universos infinitos que se solapan paralelamente uno con otro, un chico cualquiera que, un buen día, por fin descubrió, simplemente, a ser. A sentir...

Tormentas infinitas. Mares siempre agitados. Huracanes violentos que arrancaban cada teja de los tejados. Todas esas circunstancias envolvían cada segundo la vida de aquel chaval.

Refugiarse en el búnker de seguridad, herméticamente sellado, era normal para él. Desde pequeño lo acostumbraron a hacerlo. Para protegerse, le decían.
A veces la tormenta realmente azotaba cada ventana de su casa. Pero más adelante, llegó a preguntarse si realmente los cristales estaban vibrando de verdad o era su imaginación, tremendamente mal acostumbrada. Le daba igual. El refugio estaba ahí. Lo protegería. Si era su imaginación o no, no era problema suyo. Ahí estaría seguro.

Así fue viviendo cada día. Sucumbiendo ante aquellos fenómenos naturales que enturbiaban su mente. Metiéndose, cada vez más, en el barro que la tempestad dejaba a la mañana siguiente, cuando algunos débiles rayos de sol osaban traspasar aquella barrera nubosa que no le dejaba ver el azul del cielo.

"¿Cómo será?" Se preguntaba a veces. Solo cuando los relámpagos disminuían un poco el atronador zumbido al cortar el cielo permitiéndole que pudiera volver a oír su voz dentro de su propia cabeza. "¿Será tan vivo como dicen? ¿Será verdad que con solo observar ese color azul podrás empaparte de tan fuerte esperanza?" Pero en seguida volvía a sonar el trueno. Y rápidamente aquellas palabras volvían a perderse en el interior de aquella alma, que, poco a poco, iba cambiando su visión al blanco y al negro. "Da igual. Solo un corazón puede salvar a otro corazón. Y no veo mas corazones por aquí..."

Cuentan que a veces, cuando un alma se siente enloquecer, cuando siente que comienza a disolverse en la nada infinita, cuando realmente es consciente de que se están empezando a soltar los hilos que la sujetan al cuerpo al que dota de emociones y sensaciones...grita. Son gritos que solo otras almas pueden escuchar. Lamentos inaudibles para el oído humano.
Pues bien. Aquel día en el que el chico abrió sus ojos y al bajar de la cama el agua le cubrió hasta la barbilla impidiéndole casi respirar, su alma gritó.

No hay medicinas para el dolor de alma. Nada tangible ni concreto. Pues lo que la hiere son golpes que no podemos ver, por lo cual, no podemos esquivar. Cuando un golpe invisible atraviesa las células de tu cuerpo y hace que todo tu espíritu vibre, estás jodido. La herida, de la cual no serás consciente al recibirla, irá abriéndose cada día más.

Así dicen que estaba el alma del joven que nos atañe. Y dicen que su lamento llegó tan alto, tan lejos, que traspasó los límites del espacio y del tiempo... Pero la desesperanza no nos deja suponer hasta donde llegó aquella suplica...o si tan solo se perdió, como tantas otras, en los confines del vacío...

Amanece... El chico que nos compete pone un pie desnudo en el suelo esperando a recibir el frío inmisericorde del agua que lo cubre. Pero no siente ni agua ni frío. La comisura de sus labios revive un gesto, apenas imperceptible, casi ya olvidado: una pequeña contracción. Ligerísima.
¿Negro? No, hoy no quiere ropa negra. Ese color ya casi impregnado en su piel. ¿Gris, quizás? Tampoco. Nunca ha sido partidario de las medias tintas. Busca, pero no conoce más colores en su armario. A pesar de todo, ahí está. Un pequeño destello azul bajo aquel manto de oscuridad.
No recuerda haber visto esa camiseta azul ahí. Pero de repente siente curiosidad. Se la pone.

Es al salir a la calle cuando la sorpresa recorre todo su ser. Espera lluvia, como cada día. Pero las nubes hoy no son tan negras. Grises, igualmente tirando al blanco. Avanza, pues. No sabe donde, pero algo le guía con más seguridad de la acostumbrada. Sus pisadas, esta vez, emiten algo de sonido.
Es entonces cuando descubre eso que lleva tantos años sin ver. Mira al suelo y ve una silueta negra anclada a sus pies. Una prolongación de los mismos. Una prolongación de él. Una silueta oscura que calca cada uno de sus movimientos: su sombra.

"Mi sombra... si hay sombra es por que..." No se atreve. No, no puede ser tan bueno. Debe haber algún truco, no puede.... ¿o si? "hay sol..." Se sorprende alzando lentamente la cabeza. Allí está. Aquella esfera amarilla que le obliga a entrecerrar los ojos al alzar la mirada. El sol, solapado en un cielo azul. Maravillosamente azul.
Entonces los músculos de su cara vuelven a recordar su antigua función. Sus labios se curvan en un gesto curiosamente feliz.

A lo lejos una sonrisa. Una increíble sonrisa adornada con un negro y largo cabello trenzado se acerca con paso seguro. Sabe a donde va. Un alma radiante. Siempre sonriente.
Eso es lo que necesitamos para despejar nuestros cielos nublados y destruir aquellos refugios indestructibles...

Esa sonrisa...

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