13 jul 2014

Mío.... Nuestro...

Él está sacando un cigarro del bolsillo interior de su americana y lo enciende con pulso firme.
Ahí, en ese tranquilo campo lleno de paz, se suma en sus más profundos pensamientos y recuerdos. Ni si quiera es consciente cuando la lluvia empieza a caer, sigilosa, apagando el pitillo que asoma por entre sus labios.
Su mente va directa hacia ella. Hacia la mujer que lo había sido todo en su vida. Esa mujer que, no hace mucho, lo había dejado.
Aún no entiende como lo ha podido abandonar. Piensa en lo injusta que es la vida. Si él lo ha dado todo por ella. La ha cuidado. La ha tratado lo mejor que había podido. Pero, a pesar de todo, ella lo había traicionado. Al final, el amor que se habían jurado no había sido más que palabras vacías. Una vida por nada...

Tiene la tentación de abrir el paraguas que lleva con él. Pero la lluvia en la cara le sienta bien. Y si cayera alguna lágrima, las gotas resbalando por sus mejillas la disimularían bien.

Y así, mientras el agua iba fluyendo junto con el tiempo, los recuerdos iban renaciendo en su interior como una cascada eterna cayendo al infinito.

Estaba en aquel día. Habían discutido por una nimiedad que no lo fue en el momento. Ella había sacado ese carácter tan peculiar, y aterrador, a menudo, y lo había mandado lejos varias veces. Pero él estaba tranquilo. La conocía demasiado bien.
Entonces la puerta de su casa apareció ante él. Tomó aire y lo expulsó pausadamente. Deslizó su mano derecha sobre las ligerísimas arrugas de su chaqueta y giró la llave mientras empujaba la puerta.
El perfume embriagador de las velas aromáticas lo recibió como si de una dulce bofetada se tratara. Allí estaba ella. Medio sentada y medio caída en el sofá, con la cabeza echada hacia atrás mientras sostenía una vistosa copa de vino color rojo sangre con una mancha de carmín en el borde. Ni si quiera lo miró.
Él se acercó hacia ese bonito cuerpo vestido, tan solo, con un elegante sostén negro de encaje y unas braguitas a juego. No se dijeron nada. Los dos sabían qué tenían que hacer.
Se fue detrás del sofá e hincó sus rodillas en el suelo. Colocó una mano en cada mejilla de esa bonita cara echada hacia atrás, desde el respaldo, y completamente invertida a la de él. Ella, con los ojos cerrados aún, ofreció sus preciosos labios que, pintados de ese rojo intenso, parecían dos rubíes a punto de estallar por encontrar una boca en la que morir. Y él, si dejar de mirar impresionado ese rostro escultural, agarró la cortina negra y lisa que era su pelo cayendo, intentando llegar al suelo. Tiró de ella, con delicadeza, y ofreció esos labios en los que ella deseaba caer.
Arrastró su mano al vientre plano de ella, que subía y bajaba cada vez más rápido. Sin dejar de perderse en su boca, guió la palma de la misma hasta el sujetador que guardaba un bonito y redondeado seno. Y lo apretó. Con agresividad, pero a la vez con la delicadeza necesaria para tornar el leve dolor en un placer impaciente.
Al tiempo, la levantó a plomo del sofá mientras ella enredaba sus finas y esbeltas piernas en torno a la cintura de él. Entonces la visión cambió. Ahora, los dos cuerpos desnudos se proyectaban como dos sombras jadeantes, ardientes de deseo y consumiéndose en el mismo, sobre una pared del salón alumbrado, tan solo, por el titilante parpadeo de las velas.
Diferentes enlaces y situaciones corporales acudieron a su memoria. Todas tenían en común que le traían el vivo recuerdo del tacto tan sedoso y suave de su piel. El sabor de la misma. El aroma tan intenso que emanaba de ella acudía ahora a su mente...

Se excita. Se confunde y al mismo tiempo nota como si el corazón se le parase y la sangre se acumulara en sus ojos, que luchan por no descargar aquel torrente de emociones que se agolpa en aquellas ventanas que ahora miran al infinito.

Poderosos son aquellos recuerdos que despiertan su entrepierna. Malvados por acudir a él en este día. Se siente egoísta. Se odia al pensar que quizás fue solo el sexo y esa pasión desmedida lo que lo había cautivado. Su fogosidad. Sus bonitas y lisas piernas. Sus redondeadas nalgas... tal vez fuera eso lo que anhelaba de verdad.
Pero entonces, otro recuerdo, esta vez salvador, acude a él.
Observa las manos de la misma mujer acariciando su torso desnudo. Siente como se le eriza todo el vello del cuerpo al recordar esa sensación por la espalda.
Ahora ve su boca. Sin pintalabios. Solo esos labios curvados en una eterna sonrisa capaz de penetrar donde jamás ha conseguido llegar nadie. Vuelve a sentir esa emoción que lo embargó entonces. Se ve a él mismo jugueteando con los bucles de su pelo. Recorriendo su cara en un íntimo susurro táctil. Sí. La quería.
Deseaba su sexo. Deseaba sus juegos eróticos que le hacían perder la cordura. Deseaba esa cara felina en la que tornaba su rostro perfecto cuando se ponía sobre él dispuesta a llevarlo más allá de la imaginación....
Pero también, ahora lo sabía, quería ver su sonrisa cada día. Quería sujetar su mano al cruzar cada paso de cebra. Quería sentir su mirada fija en sus ojos. Quería escribir una pagina de su libro en cada uno de los idiomas de todas las ciudades que visitasen. La quería.
La quiere. La ama como a nadie. Y eso, le tranquiliza.

No puede evitarlo y vuelve a repetir la misma acción que lleva haciendo una semana. Desliza su dedo por la pantalla táctil de su Iphone. Accede a la lista de contactos. Letra N. Y pulsa un nombre para llamar mientras, dubitativo, se lleva el móvil a su oído derecho. No suena nada. Nervios. Impaciencia. Miedo. Deseo. Inseguridad. Alivio. Nada. Pero al rato, una bella voz. Una voz suave, cautivadora y divertida resuena en su tímpano:

- Soy Nerea. Pero no estoy, como habrás comprobado. Pero tranqui, si es algo mío... nuestro, te devolveré la llamada pitando. Paaaaaaz.

Suena el pitido indicando que ahora se empezaría a grabar tu mensaje. Pero no hay palabras que se presten a ello. Él no llama para dejar ningún mensaje.
Una vez más, aquella voz es capaz de traspasar cualquier barrera. Ya no importa que esté solo. No importa que ella lo haya abandonado. No importa esa rabia contenida de saber que, la mujer a la que más ha amado, lo ha dejado de repente. El cigarro, en sus labios muertos, cae al suelo. Apagado. Como él.
Volver a escuchar su voz lo acerca aún más a esos recuerdos. Lo hace formar más parte de ellos, si cabe. Es entonces cuando el torrente que empuja las ventanas de sus ojos se hace más fuerte y destruye el cristal que lo contiene. La coraza, rompiéndose en mil pedazos, se funde con el agua que cae, con más fuerza ahora, de aquel cielo gris.

Él no puede más. Se deja caer de rodillas manchando sus tejanos del barro que está empezando a formarse. Y mientras las lágrimas corren por sus mejillas como si de pequeñas estrellas fugaces surcando el cielo de la noche se tratara, se abandona aún más, apoyando las palmas de sus manos en aquella superficie fría y húmeda.
Abre los ojos. Desliza su índice por las letras grabadas en el mármol. La N. La E. La R...

La lápida está fría. Su alma está fría. Sin vida. Como la mujer que dio todo por él.

2 comentarios:

  1. Perdona que te lo diga, pero este texto no puede tener mas tópicos y más adjetivos mal encadenados. Ojalá me hubiera "embriagado", que no "embargado", la emoción, pero no ha sido así. Usar el diccionario antes de utilizar palabras en un contexto inadecuado suele venir bien, y pulir los textos de redundancias y cuidar el estilo. La literatura no sólo es un acto comunicativo, es algo más, y no debemos quedarnos con una versión inicial poco trabajada. Suerte.

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    1. Señor Anónimo:
      Me complace saber que ha leído mi texto y ha gastado su tiempo en dar su humilde opinión.
      Soy perfectamente consciente de que puede no gustarle el relato. De que puede no gustarle mi estilo. Ambas cosas son perfectamente entendibles y respetables.

      Ahora bien. No soy escritor ni me gano la vida escribiendo. No soy periodista. No he dado cursos de literatura ni de narrativa. Estoy seguro que no escribo ni la mitad de bien de lo que, posiblemente, escriba usted. Y me alegra sobremanera que alguien tan docto en la materia me de consejos sobre el tema.
      Pero creo que para no ser nada de eso, mi vocabulario y mi expresión son válidos y aceptables. Escribo porque me da la gana. Porque me gusta, y porque, esto igual no lo entiende, hay gente a la que le gusta.
      Como actor que soy y acostumbrado a las críticas que estoy, (pues a eso nos exponemos los artistas) acepto la suya. Y, con la humildad en la que vivo, he vuelto a buscar las definiciones de "embargar" y "embriagar" ante su juego de palabras. He de decirle que no encuentro la razón de su ironía. Pero, posiblemente, lleve usted razón y haya escrito mal muchos adjetivos y composiciones de frase.
      Pido perdón si se siente ofendido de que alguien que adora escribir como hobby, haya podido faltar el respeto a la que, intuyo, será su profesión.
      Gracias a Dios no cobró por ello. En eso, los dos estaremos de acuerdo.

      Un saludo y espero que siga leyendo mi blog para darme consejos sobre escribir.

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