22 dic 2011

[Escritos Navideños] El camino de la Navidad

Hoy estoy sembrado, así que he escrito un cuento corto, retomando la costumbre de la pasada Navidad, inspirado en el espíritu que nos abarca ahora. Es un poco triste, pero espero que os guste!


¿Qué es lo que se le puede pedir a un buen año? ¿Salud? ¿Trabajo? ¿Familia y amigos? ¿Amor? o tal vez... ¿dinero? Sí, eso fue lo que yo le pedí. Dinero, dinero, y más dinero. Y sí, me lo concedió. Todo el dinero que pude desear. Solo a cambio de una cosa. De todo lo demás. Familia, salud y amigos. Y, claro está, amor. Todo eso es lo que perdí con mis deseos ambiciosos. Todo, para ganar dinero y soledad.
Fue hace siete días. La víspera del 24 de diciembre. Me di cuenta de que no tenía ha nadie con quien cenar esa noche tan señalada. Tú habías dejado de hablarme tras la muerte de mi padre hace ocho meses, cuando, después del día de la firma del gran contrato millonario él se decepcionó tanto que las lágrimas le impidieron ver con claridad la carretera. Mi madre había perdido la cabeza desde entonces, y solo la había visitado en dos ocasiones en ese tiempo. Por primera vez en este año abrí los ojos a las necesidades básicas del ser humano. Y no. El dinero no está entre ellas. Es algo que anhelamos cuando no lo tenemos. Es nuestra meta. Nuestros sueños pasan por ser ricos. Es la codicia del ser humano en general. Pero el dinero es un invento. Antes no existía, o no de esta manera, y la gente era feliz teniendo una familia.

La noche de Nochebuena fue un gran pesar para mí. La conciencia me atacó toda la noche. Meses atrás apenas fui consciente de la muerte de él. Un incómodo sentimiento que apenas duró una semana, pues mis negocios impedían la calidez emocional en mí y no hice nada por evitarlo.
Mientras las familias cenaban juntas y disfrutaban de una noche especial, mis piernas me llevaban por el centro de Madrid. Sin rumbo. Lamentándome de por qué había elegido ese camino. Pasaba bajo las estampas navideñas que hacen de Madrid una de las ciudades más bonitas. Pasaba junto a las desiertas pistas de hielo. Junto a los grandes árboles llenos de lucecitas que adornaban las céntricas plazas. Todo a mi alrededor era Navidad. Menos yo.
Fue entonces cuando, dentro de mí, un deseo se alzó hacia el cielo sin proferir sonido al aire. Deseé que el tiempo volviera atrás. Deseé, crédulo de mí, poder tener una nueva oportunidad para tomar el camino correcto. Deseé volver a pasar la Navidad con la familia a la que tanto añoraba en ese momento. Simplemente, quería volver atrás. Y la realidad es que nada de eso es posible. Lo hecho, hecho está.
Pero entonces ocurrió algo raro bajo el gran árbol de Navidad colocado en la plaza de Sol. Recuerdo como una voz grave, vigorosa y llena de amabilidad y sinceridad penetró en mi interior. Pero no había nadie a mi alrededor. Había dicho. Pensé entonces que la amargura estaba trastornándome. Me giraba buscando su procedencia y me tapaba los oídos para dejar de escucharla, pero la voz estaba mucho más dentro de mí. Continuó, Y la voz se fue. Dejando un rastro como perdiéndose en la lejanía de mi alma.

De verdad no sé que me pasó por la cabeza. Una paranoia, tal vez. Esa tristeza profunda que me consumió, y bueno, me consume aún. En unos minutos las campanadas darán lugar a un nuevo año. Un nuevo año que he decidido no vivir. Mira, ya suenan los cuartos...
Por eso te escribo esto, hermano, para pediros perdón por todo el daño que os he causado. Por todo el egoísmo que ha roto a esta familia. Y para decirte que, como hermano mayor, siempre velaré, esté donde esté, de ti. Mamá...Bueno, aquí solo se me ocurre dibujar lágrimas, pero no dibujo bien, ya lo sabes. Realmente no sé que decir respecto a esto, porque si no pude conseguir que....
....
....

- Señor Romero, señor Romero ¿está bien?
De repente la luz de la habitación penetró en los ojos de Darío. Fue como si acabara de despertar. Por un momento olvidó donde estaba y no recordaba que había pensando hace dos segundos. Fue consciente del bolígrafo en su mano.
- ¿Está bien?- volvió a repetir el señor de traje que estaba frente a él, al otro lado del bonito escritorio. Darío reparó en el.
- S..sí. Solo que..- acertó a decir el joven.
- Bien- interrumpió el hombre- entonces, estaba a punto de firmar.
Darío se quedó pensativo durante un corto tiempo. Miró, al cabo, a los ojos desafiantes del empresario.
- No.
- ¿Qué dice?
- Que no voy a firmar.
- Si estaba a punto de hacerlo- El sudor comenzó a brotar de sus sienes.
- Pero ahora no lo voy a hacer.- Y se levantó de su asiento sin dar lugar a réplica.

Salió del edificio con una sonrisa en su cara. No sabía por qué, pero sentía que había hecho lo correcto al negarse a aquel acuerdo. Sentía que era el camino correcto. Y, con esa renovada felicidad, se acercó al Passat que había al otro lado de la calle y subió al asiento del copiloto dirigiendo una mirada cómplice al conductor.
- Al final ha ido bien, papá.
En ese momento, a Darío le pareció oír tres grandes risotadas perdidas en la lejanía. E, inconscientemente se dudó si estaban en plena Navidad o si realmente estaba recién entrada la primavera...

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