13 jul 2011

[Minuto a minuto] Infancia, añorada infancia.

Con el cumplimiento de casi un añito desde la inauguración del blog y recordando un poco la nostalgia del verano anterior en la que abrí completamente mi cabezota para expresar muchas de mis ideas, he vuelto a releer los post de por aquellos tiempos. Y he descubierto que desde entonces hasta ahora las nuevas entradas fueron adquiriendo una degradación en lo íntimo y personal. Y es mucho más difícil escribir tales cosas tuyas en un sitio donde sabes que la gente tiene acceso, pero también es lo que dota de personalidad e interés al blog. Y, a fin de cuentas, es lo que deseaba desde el principio, un blog personal con un poco de miscelánea.

Con lo cual, voy a intentar retomar esa sensación otra vez de dejarme llevar mientras escribo y llenarme de sensaciones. De momento todo esto de la añoranza me está llevando a varios sitios: la infancia y el trascurso del tiempo, por ejemplo. Creo que son buenos temas de los que hablar.

Últimamente me vienen mucho a la cabeza los recuerdos de tiempo ha…. Sobre todo cuando vuelvo a pisar mi casa después de varios meses. Es como si de repente esos meses en los que no he estado desaparecieran; todo está igual, todo me huele igual, mi cuarto siempre parece recibirme con una sonrisa, y de hecho creo que la tendría. Soy de los que piensan que los cuartos tienen personalidad propia. Evidentemente es una personalidad que nace de ti, de la tuya, y me gustaría creer que una parte de nosotros, de nuestra alma, queda impregnada en las cuatro paredes que te ven dormir cada noche. Sería bonito poder sentir la tristeza de tu habitación cuando tienes que dejarla y la alegría cuando vuelves a pisarla. Además, seguro que no soy el único que, a pesar de que no es algo vivo, le coges mucho cariño. J

Definitivamente, lo único que nos queda del pasado son los recuerdos. Mejores, peores, agradables, pero recuerdos. ¿Os acordáis de esa época en la que teníamos una asignatura que se llamaba Conocimiento del Medio? Jaja. En esa época, en primaria, lo que me fastidiaba de verdad era cuando mi madre me obligaba a llevar los náuticos al colegio porque no podía correr bien con ellos. Y mi única preocupación en cuanto al dinero y gastos económicos era poder tener diez duros para comprarme un cuerno de chocolate en el recreo. Mis únicos comederos de cabeza con las mujeres eran conseguir que la chica que me gustaba me diera la mano. ¡Vaya! La de imágenes que se me vienen a la cabeza mientras lo escribo y la sonrisa que sonsacan.

A decir verdad no puedo quejarme de haber tenido una mala infancia en la que me haya quedado con recuerdos desagradables. Creo que mi único “trauma” infantil fue un día en el que iba a catequesis y, estando en la plaza de la iglesia, empecé a correr detrás de la chica que me gustaba por aquellos entonces (jugando a algún juego) y el graciosillo de turno me puso la zancadilla. Claro, mi vergüenza por haberme caído delante de la chica fue tremenda, y como el niñato era mayor que yo no me quedó otra que aguantarme. Lo recuerdo todavía, pero me hace gracia. Jaja

Y ya nos vamos haciendo mayores. El tiempo ha ido pasando como el que no quiere la cosa. De repente mi pelo ya no es tan rubio, de repente mi cara deja de ser redondita, de repente me veo en Madrid, pagando un piso todos los meses y con miles de gastos básicos… De repente mi edad marca veinticuatro años. Y cada año que pasa las añoranzas van siendo un poco más complejas. Y entonces, cuando vuelves a ver a tus amigos empiezas a contar batallitas e historias de años atrás y te das cuenta de que son muchas, de que ya no eres un crío.

Me da miedo pensar que otra vez de repente, mañana me levante y me dé cuenta de que tengo treinta y cinco años y a penas me he enterado. Me da miedo dejar de lado la parte infantil que, afortunadamente, aún sigo manteniendo, si no toda, una parte de ella. Creo que nadie debería perderla, pues cuando más disfrutamos es cuando la sacamos, cuando hacemos el tonto, cuando perdemos el ridículo.

Luego está la otra cara de la moneda, el no frustrarse por cumplir años. Alabo a toda esa gente que tan felizmente te dicen: No hay que temer cumplir años, de hecho, alégrate, mejor cumplirlos que no cumplir.

Aún así me alegro de poco a poco ir convirtiéndome en una persona madura, en un hombre. Saber que la educación que has recibido ha sido correcta, que te ha llevado por el buen camino, que te ha llevado a ser una buena persona y, con ello, dar las gracias a toda esa gente que ha velado por eso... Pero es inevitable echar la vista atrás y añorar esa época. Y sin duda, uno de mis deseos, si pudiera realizarlos, sería pedir durante un día completo volver a tener ocho o nueve años. Volver a tener el pelo rubio con el “pelado a tazón”, volver a tener pequitas por la nariz. Dejaría que mi madre me volviera a vestir a su antojo con ese polo a rayas horizontales azul y negro que recuerdo, mis bermudas negras y mis converses azules. Y durante esas veinticuatro horas volvería a jugar con mi hermano sin parar.

Desgraciadamente solo mis recuerdos pueden llevarme a ese tiempo. Ahora la ley de la vida me reserva otros planes. Nuestras expectativas y metas cambian y cambiarán con el tiempo. Lo único que espero es que todo este camino me lleve a ser una persona responsable, segura de sí misma, orgullosa de sus logros y, sobre todo, con la capacidad de querer a toda la gente que le rodea.

Pero por favor, Peter Pan, nunca, NUNCA, me abandones.